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Diferentes y conectados, una apuesta por la interculturalidad

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Raul Martinez Articulo para Web Cepaim
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Por Raúl Martínez Ibars

Coordinador de la Comisión de Migraciones e Interculturalidad de ECAS y subdirector de la Fundación Cepaim. Licenciado en Sociología, ha trabajado como investigador social en el Gabinet d’Estudis Socials, especializado en inmigración y evaluación de proyectos sociales. Es miembro fundador y fue director de la Associació per la Cooperació, la Inserció Social i la Interculturalitat (ACISI).

En Viaje al centro de la mente, el psiquiatra Daniel J. Siegel utiliza el concepto de integración para definir la salud mental. Para Siegel, la integración se compone de dos elementos: diferenciación y conexión. Cuanto más diferenciadas y más conectadas están las partes entre sí, mayor es la integración. Estos son también los componentes de la complejidad. La diferenciación aumenta la complejidad. Los sistemas complejos, si están bien integrados (diferenciados y conectados) son más eficaces, más creativos y resilientes. ¿Nos puede ayudar este concepto de integración que se propone desde el funcionamiento mental para el funcionamiento social? Mi opinión es que sí. 

Aplicado a nuestra sociedad, no hay duda de que, en su conjunto, la complejidad ha aumentado en las últimas décadas, y uno de los aspectos determinantes está vinculado a los procesos migratorios. Siguiendo con este razonamiento, podemos asegurar que nuestra sociedad cumple con el primer requisito: la diferenciación, y en el terreno que nos ocupa, la diferenciación cultural. Ahora bien, según Siegel, un sistema diferenciado pero poco conectado tiende al caos o a la rigidez, y no a la integración. Como sociedad, en conjunto, no hemos de esforzarnos mucho para conseguir la diferenciación. Esta se produce de manera natural, provocada por las diferencias socioeconómicas. Personas de otros países y culturas se instalan en Cataluña sin que tengamos que hacer nada especial para atraerlos. El mal llamado ‘efecto llamada’ no es más que el resultado de las tremendas diferencias entre las condiciones de vida en unos y otros países, y tenemos la suerte de estar en el polo de atracción y no en el de repulsión. El quid de la cuestión está, pues, en la conexión.

El concepto de interculturalidad casa bien con la idea de integración propuesta por Siegel porque defiende –contrariamente al multiculturalismo, al asimilacionismo u otros modelos de gestión de la diversidad— la construcción de una sociedad cohesionada manteniendo las diferencias culturales y poniendo el acento en la comunicación, el conocimiento mutuo, la negociación y la gestión pacífica del conflicto; es decir, diferenciación más conexión. 

La Generalitat está trabajando en un nuevo Pacto Nacional para la Interculturalidad. Para eso es importante que definamos con claridad qué significa el concepto ‘intercultural’ y, aún más, cómo potenciar la conectividad entre las partes diferenciadas, necesaria para conseguir la integración y la cohesión social.

Entre las muchas iniciativas que pueden contribuir a generar esta conexión entre diferentes culturas y grupos sociales quiero llamar la atención sobre una de ellas: la figura de la mediación intercultural y de los mediadores y mediadoras interculturales. Haremos referencia  a sus funciones: estimular la comunicación intercultural, el conocimiento mutuo y la interrelación entre las comunidades, y la negociación como fórmula de solucionar los conflictos. Se trata, pues, de una figura profesional que, independientemente del nombre que se le dé, trabaja activamente para la conexión.

Desgraciadamente, hace ya más de diez años que no se invierte en este tipo de profesionales que han de hacer de puente, de nodo entre comunidades de diferente contenido cultural, y entre estas y las administraciones públicas; y que, por tanto, han de conocer y ser referentes para la comunidad mayoritaria y para las minoritarias. Es más fácil encontrar estas figuras referenciales entre la población de origen de los colectivos migrantes y gitano, ya que ellos conocen bien los códigos de sus respectivas culturas y, por el hecho de vivir y haber sido formados adecuadamente, también los de la sociedad catalana y paya.

Un par de ejemplos, el primero en Tortosa el año 2007: un proyecto de mediación intercultural gestionado por la entidad ACISI y financiado per la Obra Social “la Caixa”  permitió la contratación y formación de mediadores interculturales en la ciudad. Concretamente se contrataron una mediadora de origen chino, un mediador de origen marroquí y otro de origen pakistaní. Gracias al trabajo realizado por estas personas con sus respectivas comunidades se incrementaron sustancialmente los contactos entre estas y entre ellas y la administración. Fruto de este trabajo se acordó la ubicación definitiva de la mezquita, pero el proyecto cayó en 2009 y las conexiones se volvieron a perder.

El otro ejemplo es de 2012: barrio del Besòs de Barcelona, donde una persona de un origen cultural determinado asesinó a otra con un origen cultural diferente. Gracias a la labor de mediación ejercida por líderes formados en mediación se pudo evitar un conflicto abierto y de consecuencias imprevisibles entre las dos comunidades.

Si no nos dotamos de profesionales formados y con recursos suficientes, especialmente aunque no exclusivamente procedentes de culturas minoritarias, que actúen como mediadores/conectores interculturales, corremos el peligro de la desconexión, la guetificación, el desconocimiento mutuo y la hostilidad. Terreno abonado para el miedo a quien es considerado como extraño, diferente, que no encaja en un determinado patrón de comportamiento, y de aquí al rechazo, la xenofobia y la exclusión social. 

De cara al Pacto Nacional para la Interculturalidad, hacemos una llamada para recuperar de forma decidida la mediación intercultural, o como se le quiera nombrar, y eso  implica dotarse de un sistema de formación de mediadores, de su consideración como figura profesional y de la regulación de su espacio profesional. Es urgente que después de estos diez años de sequía y pérdida de conectividad, las administraciones y las organizaciones sociales y empresariales hagamos una apuesta decidida para dotarnos de figuras profesionales que ayuden a incrementar la conexión entre las diferentes comunidades culturales, una tarea ineludible para conseguir la integración y la cohesión social.

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