Uno de estos casos es el de la familia que conforman Yurukip Narcisa, Manuel Enrique, Enrique de ocho años y Lisseth Jade de cuatro.
De todos, Manuel fue el primero en llegar a España procedente de Quito (Ecuador) en el año 2000, desde entonces recorrió distintas provincias de la geografía española hasta llegar a asentarse en Madrid definitivamente, donde se encontraba parte de su familia de Ecuador. Fue en la capital donde conoció a Narcisa, quien llegó a Madrid desde la Amazonía Ecuatoriana en el año 2004, movida también por la ilusión de mejores oportunidades profesionales. Juntos han tenido experiencias de vida en el medio rural español, las cuales no dudarían repetir. Aun así, motivos familiares les llevaron a retornar a Ecuador en 2013, ya con su primer hijo, Enrique. Regresaron en 2017 ya con la más pequeña de la familia, Lisseth Jade. La situación a la vuelta no es la que Manuel y Narcisa soñaban para su regreso, pues se encuentran con un mercado de trabajo realmente congestionado y grandes dificultades de acceso a la vivienda. Ella consigue incorporarse temporalmente en el sector de la hostelería, y él logra acceder a un Certificado de Profesionalidad remunerado de la Comunidad de Madrid, única fuente de ingresos para toda la familia durante los últimos meses de su estancia en la gran ciudad.
Tuvimos el placer de conocerles un día que acudieron a la oficina de Fundación Cepaim en Madrid, atraídos por la información del proyecto con la que habían topado navegando por internet en busca de opciones para trasladarse con su familia a un pueblo. Fue a partir de entonces que comenzó su recorrido en el proyecto, que arrancó con una primera entrevista en la que nos hablaron, entre otras cosas, de sus ilusiones y motivaciones para trasladarse a una población mucho menor que Madrid, donde poder disfrutar de su tiempo en familia y de un entorno cercano a la naturaleza para que sus hijos puedan crecer y desarrollarse de manera saludable, un entorno como el de La Cerollera, un municipio a unas dos horas al noreste de Teruel, en la comarca del Bajo Aragón.
Cuando compartimos con Narcisa y Manuel la oferta doble de empleo en el secadero de jamones de este municipio turolense no tuvieron dudas y comenzaron las gestiones para una primera visita en la que tendría lugar la entrevista de trabajo y en la que conoceríamos más en profundidad el pueblo. Una vez allí fue Antonio Celma Lombarte, propietario del secadero de jamones y alcalde del municipio, quien nos recibió con cariño y confianza. Antonio tuvo claro desde el primer momento que Narcisa y Manuel se decantarían finalmente por trasladarse.
El único requisito que debía de cumplir la familia para acceder a esta oferta de empleo era el de tener hijos y/o hijas en edad escolar, pues el centro educativo del municipio amenazaba con cerrar. Tuvimos de esta manera la oportunidad durante la visita de entrar en contacto con la escuela rural de La Cerollera.
La primera impresión de Narcisa y Manuel fue de asombro debido a las características propias de la escuela rural que la hacen distinta de la escuela urbana con las que ellos están familiarizados. La escuela rural suele ser una escuela pequeña, integrada, como en este caso, en una sociedad con poca población. La dimensión del alumnado es inferior al resto de cualquier escuela que se nos pueda venir a la mente. Lo más común es hablar de aulas con muy pocos niños y niñas de diferentes edades dentro de una misma clase, a veces, de una única clase. Es un hecho que muchas de estas escuelas se encuentran en la actualidad en declive, siendo la principal causa la escasez de niños y niñas en edad escolar en los municipios rurales de España.
La principal preocupación de Narcisa y Manuel relacionada con el posible traslado, era precisamente la educación de los pequeños de la familia, tanto por que el traslado se produjese una vez comenzado el curso escolar como por las posibilidades educativas reales para ellos. La conversación con Víctor, el profesor de la escuela, a este respecto, fue tan enriquecedora como esclarecedora, pues fue a través de esta charla que pudimos valorar los beneficios de la educación que proporciona la escuela rural con respecto a la escuela urbana. En primer lugar, una relación más estrecha entre el centro y el profesorado, los y las alumnas y las familias. Una oferta educativa personalizada e individualizada para cada niño o niñas en manos de maestros y maestras integrales. La colaboración entre los y las alumnas de distintas edades. Aunque no son las únicas, estas ventajas nos permiten hacernos una idea de los beneficios de la educación en una escuela rural.
Víctor nos habló también del funcionamiento concreto de la escuela de La Cerollera, es él quien imparte las materias principales. Los y las profesoras de Música, Religión y Alternativa a la Religión y Educación Física acuden puntualmente todas las semanas al centro. También, y con el objetivo de que los niños y niñas se relacionen con el resto de menores del Colegio Rural Agrupado (CRA), conformado por todas las escuelas rurales de la zona, se organizan actividades de manera periódica: salidas a la piscina, encuentros convivenciales, excursiones, etc. Existe también oferta de actividades extraescolares por parte del CRA, tienen lugar todos los días de la semana y se van alternando los municipios en los que se realiza, se imparten idiomas, clases de informática, deportes, etc.
En el mismo viaje de vuelta a Madrid, Narcisa y Manuel lo tenían claro, ya habían tomado la decisión de que pronto su vida trascurriría en La Cerollera. Traslado que concluyó el pasado 22 de octubre, del que tenemos algunas fotografías.
No solo va a mejorar la vida familiar de todxs ellos, también se ha conseguido que la escuela rural continúe abierta.
Desde el equipo de Nuevos Senderos de Fundación Cepaim en Madrid, por nuestra parte, no podemos hacer cosa que desearles todo lo mejor en esta nueva etapa de sus vidas. ¡Esperamos pronto tener noticias!
El proyecto Nuevos Senderos de inserción sociolaboral de nuevos pobladores en el medio rural está financiado por la Comunidad de Madrid. Consejería de Políticas Sociales y Familia, gracias a las aportaciones del 0,7% del IRPF.
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